El continente americano alberga 46.284 kilómetros cuadrados de una riqueza natural inigualable que durante años ha sido ignorada y, a menudo, un tesoro subestimado: los manglares.
ʲԲá, Brasil, Colombia, Venezuela, Ecuador, México, Cuba, Costa Rica, Surinam, República Dominicana y Guatemala son algunos de los países donde existe este vital ecosistema, paisaje predilecto de miles de aves migratorias y endémicas, y hábitat privilegiado para la biodiversidad.
Pero los beneficios de los manglares van más allá: son la primera línea de defensa costera en la lucha contra el cambio climático, que trae consigo el aumento del nivel del mar y un clima más extremo, todo lo cual ejerce presión sobre muchas comunidades costeras de las Américas, obligándolas a adaptarse para mantener sus medios de vida. Dada esta situación, es esencial proteger los manglares, así como otros ecosistemas costeros vitales -estuarios, marismas, praderas marinas y arrecifes de coral- para hacerle frente y recuperarnos de los efectos del cambio climático.
Los esfuerzos para salvaguardar estos hábitats y valorarlos en su real dimensión es una tarea urgente para los gobiernos y las entidades públicas, privadas y multilaterales. Para ello, las organizaciones ecologistas invierten tiempo y ciencia de vanguardia para entender el aporte de estos ecosistemas costeros y profundizar en las estrategias para restaurarlos y conservarlos.
Julio Montes de Oca, director de Resiliencia Costera de APP Américas, conoce muy bien el profundo vínculo entre los manglares y las estrategias de resiliencia costera. Hoy en día, esta relación es más evidente que nunca: estos hábitats ricos en biodiversidad son también la base para el sustento de las comunidades y, a su vez, conectores críticos del paisaje terrestre y los océanos, siendo así soportes planetarios vitales para el ciclo de la vida.
Este pasado 26 de julio, Día Internacional de la Conservación del Ecosistema de los Manglares, hablamos con Julio Montes de Oca para saber más sobre el impacto del cambio climático en la región y las propuestas de APP Américas para afrontar sus retos en las zonas costero-marinas a través del enfoque de resiliencia costera.
"Para entender la dinámica del clima, debemos partir precisamente de los océanos – explica Julio. Como enormes masas de agua, funcionan como los pulmones del planeta, responsables de generar gran parte del oxígeno que respiramos. También influyen notablemente en los patrones climáticos al intercambiar constantemente calor, humedad y carbono con la atmósfera. Esta dinámica natural, alterada por los gases de efecto invernadero resultantes del consumo de combustibles fósiles, cambia los patrones meteorológicos, generando condiciones más extremas y fenómenos naturales más intensos y frecuentes, como las tormentas tropicales y la sequía".
“Estas condiciones y eventos tienen un impacto significativo en las zonas marino-costeras, no sólo por el factor de exposición, sino también porque, desde el punto de vista del desarrollo, en la mayoría de los países de la región son áreas históricamente con menor acceso a la salud, la educación y otros servicios públicos", afirma Montes de Oca.
Pero la buena noticia es que podemos mitigar estos impactos con acciones estratégicas, mejorando la capacidad de recuperación de los ecosistemas marino-costeros, donde los manglares juegan un papel fundamental. Ese es precisamente el enfoque de la estrategia de resiliencia costera, donde en APP Américas buscamos conservar y restaurar estos ecosistemas marino-costeros para que proporcionen de manera sostenible los servicios que aseguran el sustento y desarrollo de las poblaciones aledañas a la costa, entre ellos:
- Alimentación, retención de agua potable y almacenamiento. Material genético y bioquímico (servicios de aprovisionamiento).
- Regulación del clima (incluso como sumidero de carbono), regulación del agua (recarga y descarga), control de la erosión, protección contra tormentas, polinización y retención de sedimentos (servicios de regulación).
- Recreación, valor espiritual, educación (servicios culturales).
- Formación del suelo, ciclo de nutrientes (servicios de apoyo).
Estos servicios ayudan a los ecosistemas a resistir y recuperarse más rápidamente de las amenazas inducidas por el hombre. "Y nos permite recurrir a soluciones basadas en la naturaleza, es decir, a acciones que utilicen los servicios ambientales para hacer frente al cambio climático y a otros retos de la sociedad", dice Montes de Oca.
Es importante señalar que la biodiversidad de las zonas costeras es, a la vez, proveedora de beneficios y beneficiaria de la protección y el uso racional de estas áreas. Por ejemplo:
- Un bosque de manglares bien conservado actúa como una barrera natural que reduce la exposición directa al ser humano y sus actividades. Puede absorber el impacto de un maremoto o incluso de un tsunami, protegiendo así vidas, infraestructuras y actividades productivas.
- Los manglares también sirven de viveros para numerosas especies de peces, crustáceos y moluscos de los que dependen las comunidades costeras y las especies de pesca comercial.
- Los manglares almacenan mucho más carbono por superficie que los bosques tropicales, por lo que se convierten en un ecosistema crucial para la mitigación del cambio climático.
- Debido a la belleza natural y la diversidad biológica de las zonas costeras, las comunidades organizadas desarrollan el aviturismo con guías locales, diversificando así su economía.
"Es importante que la resiliencia costera forme parte de nuestros planes de acción, que incorporen a las autoridades gubernamentales, a los sectores productivos y a la sociedad civil organizada bajo el mismo paraguas. Con este enfoque, podemos abordar de manera integrada y coordinada los diferentes y complejos problemas de desarrollo y conservación presentes en las zonas costeras", señala el ingeniero químico costarricense con maestría en Ecología Humana.
Resiliencia costera para las personas y las aves
Al preguntarle por qué APP Américas ha definido la resiliencia costera como una prioridad dentro de su estrategia, Julio Montes de Oca explica que el punto de partida es reconocer que las zonas costeras tienen una vulnerabilidad intrínseca debido a su exposición a las masas de agua, así como a las condiciones socioeconómicas de su población.
A esta condición se suman los impactos climáticos en diferentes escalas de tiempo: los de "inicio lento", como el aumento del nivel del mar, la mayor aridez o el promedio de lluvias (tendencias que se observan en el tiempo); y la variabilidad, que son los eventos puntuales que se desvían de estos promedios, con intensidad y frecuencia crecientes.
"Asimismo, las malas prácticas de producción, como el uso excesivo de productos agroquímicos, la falta de tratamiento de residuos sólidos y aguas residuales, y la deforestación, afectan a la capacidad de los ecosistemas para prestar servicios. Los más significativos son la protección de las costas, la retención de agua y la filtración; precisamente los que nos ayudan a adaptarnos a estos impactos del cambio climático", comenta Montes de Oca.
"Todos estos aspectos sumados a la falta de una ordenación del territorio que respete la vocación natural del mismo en la zona marino-costera se convierte en un severo desencadenante de riesgos", apunta Julio.
En consecuencia, una estrategia de resiliencia costera es vital para las Américas. Reconoce que las zonas costeras son un entorno crítico y un importante depósito de capital natural y humano, que puede ayudarnos a adaptarnos al cambio climático y contribuir a su mitigación si está bien apoyado y potenciado.
La misión principal de la APP en sus más de 100 años de historia ha sido conservar y restaurar los ecosistemas naturales, centrándose en las aves, sus hábitats y los beneficios para la humanidad y la biodiversidad. Estos múltiples beneficios se hacen más visibles para los responsables de la toma de decisiones a diferentes niveles y comunidades a través de la resiliencia costera.
Informar y comunicar sobre una base técnica y científica permite la construcción de políticas y programas adecuados y el desarrollo de acciones concretas que, gracias a su integralidad, generan beneficios tangibles y sostenibles en el tiempo.
La amplia experiencia y el conocimiento técnico de Julio sobre la resiliencia costera fomentarán la toma de decisiones con base científica. Y ayudará a promover el intercambio regional donde los países adapten las experiencias a su entorno, generen aprendizajes y desarrollen iniciativas participativas en respuesta a las amenazas más severas para las comunidades y la naturaleza.