Ningún letrero indica el inicio del sendero hacia uno de los últimos hábitats vírgenes de África. No lo vería de todos modos. Me encuentro apretujado dentro de una furgoneta de 11 pasajeros que lleva a 13 personas y un montón de mochilas mientras se dirige a ese punto sin indicaciones dentro de una reserva científica que se extiende en el extremo sur de Bioko, una isla tropical montañosa a 20 millas de la costa este de África central. Un antebrazo sudoroso se encuentra aplastado contra mi hombro sudoroso. Tres rodillas chocan mi espalda a través del delgado asiento. No me quejo: los maleteros detrás de mí llevarán el equipo de la expedición durante dos días a través de 18 duras millas hasta la Gran Caldera de Luba, un cráter volcánico cubierto de bosque pluvial, cuyas paredes de 7.400 pies de altura crean un santuario natural para una enrome variedad de vida silvestre. La docena de personas que realizan este arduo viaje cada año vienen, en su mayoría, a observar...